Miguel Milá diseñó esta mesa a mediados de los años sesenta como un altar para la celebración de su boda, en un intento de arte litúrgico que fracasó comercialmente. Posteriormente se redujo su altura y se convirtió en una mesa de uso corriente.
Como si de un maestro artesano se tratase Miguel Milá proyectó esta pieza sobre el arte de la simpleza y la eficiencia. Su forma oculta su complejidad, pero a su vez revela el carácter propio de la madera dándole vida y protagonismo.
Su lógica constructiva la convierte en una estructura lo suficientemente fuerte, pero formalmente en una pieza hermosa.